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domingo, 20 de julio de 2014

Hechos reales: en el chiringuito.


Para oír cosas curiosas solo hay que estar un poco atento (o ser un fisgón que escucha conversaciones ajenas… con un poco de mala educación, pero mucho interés). A veces, la gente habla tan alto, que parece querer pregonar sus cosas, sus chascarrillos, sus ocurrencias. Puede que sea afán de notoriedad, convertirse en “estrella mediática” como esos famosillos que se ven en algunos programas de televisión (especialmente en Tele 5) transformando en noticia algún hecho cotidiano sin más transcendencia. Supongo que todos queremos nuestro minuto de gloria, aunque sea delante de 50 personas y, aunque cada uno vaya a lo suyo. La esperanza de brillar, puede que tan solo con un fugaz destello, se dibuja en nuestro rostro de vez en cuando.

Un almuerzo en un chiringuito puede traerte una anécdota graciosa a poco que te descuides. Si estás terminando de dar cuenta de un pescado a la plancha en una mesita a la sombra, con la playa al fondo y un sol de justicia, y escuchas a voz en grito:

-¡Catorce espetos de sardinas para la mesa cuatro!

Es natural y comprensible que no puedas evitar una miradita de soslayo a los comensales y ponerte a contar si son catorce o se van a poner morados de tanta sardina.

El espetero, allí en la arena, con su tinglado preparado y sus calamares gigantes haciéndose a la brasa, levanta la cabeza con un gesto de asentimiento y sin más preámbulos empieza a pinchar sardinas en una caña, de esa forma tan especial y estudiada que solo conocen los de su gremio. Cinco por cada espeto y una pizarra grande en el paseo marítimo que pone: espetos a 2 euros.



De repente, tu plato se ha quedado vacío y los camareros van y vienen sin hacerte demasiado caso. En ese momento, no te queda más remedio que mirar de nuevo y comprobar con agrado al magnífico profesional que ya tiene catorce espetos en la “barquita” y está preparando alguno más, porque cuando te sientas a la mesa lo primero que te pregunta el camarero, incluso interrumpiéndote si ya has empezado a pedir los boquerones al limón y las gambas, es:

-¿Van a pedir espetos? ¿Cuántos?

Este “cuántos” sigue rápidamente a la pregunta, que claramente no espera respuesta, porque si vas a Málaga, lo de los espetos es algo que se sobrentiende. Es una mera pregunta de cortesía, para no lanzarte el “cuántos” a la cara sin saludo ni nada.

-Cuatro- contestas sabiendo que después de la respuesta esperada ya puedes ordenar calamares, pulpo, berenjenas con miel, ensalada mixta o lo que te dé la gana. Él apunta en su libretita y grita:

-¡Christian, cuatro espetos más!

A ti te parece imposible que un espetero se llame Christian y no Juan, Antonio o Pepe. ¡Ay, cuánto daño han hecho las series extranjeras! Pero Christian, más tradicional que su madre, ha hecho el curso de espetero, que es más que un empleo de verano, que es un arte y tiene una dificultad intrínseca, que solo la descubre el graciosillo que en una barbacoa dice que va a hacer un espeto, porque está en Málaga, porque tiene las sardinas, el fuego y porque él lo vale… Y se le quedan todas las sardinas destripadas, partidas, lanzándose desde el palito y quedando desmigadas en las brasas.

Al poco Christian se presenta con sus bandejas plateadas repletas de sardinas, sabiendo, perfectamente, a que mesa hay que llevar las catorce. Además de su sapiencia, le guía el número de comensales (efectivamente, eran catorce) y los chistes verdes fruto del abundante tinto de verano. Nuestro espetero sortea a los vendedores de gafas de sol, bolsos varios y al hombre del acordeón, y planta, con arte torero, los espetos en la mesa, haciendo sitio entre los restos de pescados varios y trozos de pan  pellizcados.

Suena un pasodoble y después un tango. No hay verano en la Costa del Sol sin el acordeón, puede que en otros lugares toquen los pajaritos, pero aquí se toca un tango y luego se pasa el platillo. Cuando le das unas monedas, el artista te sonríe agradecido y se marcha hacia otro chiringuito. Creo que son los únicos a los que les hace sonreír la calderilla, aunque si le soltamos un billete, acepta peticiones. Pero hay que dejar algo de suelto porque en un ratito aparecerá el de la guitarra, que con voz ronca te cantará una rumbita. De ellos me gusta la forma en que piden la recompensa a su música, le dan la vuelta a la guitarra graciosamente y te ofrecen la madera barnizada como si fuera una mesa donde lanzar las monedas.

La comitiva ya está terminando con las sardinas, cuando aparece la vendedora de lotería.

-¡Traigo la suerte! ¡Traigo la suerte!- mira a las mujeres de la alegre compañía y dice muy contenta: -¡Cómo te pareces a la Beyonce y tú a la Shakira! ¡Igualitas!

“¡Ay! ¿Será cierto?” te preguntas en plan paparazzi mientras tratas de buscar a las dos chicas merecedoras del piropo.

Las mujeres se ríen.

-¡Te voy a hacer millonario!- le dice a Piqué (ah no, pues no se parece a Piqué) -Compra lotería, que te van a tocar los millones de euros y te vas a poder llevar a tu mujer de viaje a Turuntuntú.

“¿Eh?” te preguntas atenta a la respuesta del marido que solo sabe frotarse la calva y reírse. Pero nadie le pregunta a la buena mujer dónde está ese sitio al que se van a ir de vacaciones. No hay interés, nadie tiene la menor curiosidad aquí.

-¡Igualita a la Beyonce! ¡Qué bien os lo vais a pasar en Turuntuntú!-  Y tanto insiste y tales maravillas cuenta de tan fabuloso viaje, que el marido de Beyonce, desabrochándose uno de los botones de la camisa para dejar más espacio a su barriguita, le compra la lotería –Pero ¡comprad un décimo cada uno! ¡Qué llevo la suerte!- insiste un tanto desilusionada. Pero esta vez, los piropos no surten efecto.


Al final la mujer se marcha con paso acelerado hacia el próximo chiringuito y de nuevo encuentra otras dobles de Shakira y Beyonce.


6 comentarios:

Ángeles dijo...

Me queda la curiosidad de saber si disfrutaste más con la comida o con las conversaciones escuchadas, je,je...

Anónimo dijo...

Suena idílico. Si a la visita al chiringuito le sigue un retiro espiritual en algún lugar solitario y bonito donde hacer la conveniente digestión tanto del pescado como de las conversaciones ¡Me apunto! Es una escena digna de ser vivida ¿De verdad están los espetos a 2 euros? Maraviiiilloso

MJ dijo...

je, je... Disfruté de las dos cosas Ángeles. Es que las conversaciones vienen a mí :-P

MJ dijo...

Sí, anónimo. ¡Espetos a 2 euros! Lo que disfrutarías aquí :-) Gracias por el comentario.

Helena dijo...

Me encanta, qué gracioso punto de vista y taaaan real, jajaja!! Buenísimo

MJ dijo...

Hechos reales, Helena, allí estaba yo con la oreja puesta :-) Me alegra que te haya gustado. Gracias por comentar :-)

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